La Boqueria es un mercado que siempre me ha atraído por múltiples razones. Las principales son sus colores, olores y ambiente. Ya hace unos años fui a fotografiar sus encantos, pero siempre cuesta reflejar aquello que quieres transmitir.
El mercado de la Boqueria tuvo varios emplazamientos desde sus orígenes, que datan de 1217. Pero no fue hasta el año 1840, debido a una dinámica creciente de mercados ambulantes que pedían estructuración, que se emplazó la primera piedra de este mercado tal y donde está ubicado actualmente.
El orígen del nombre de la Boqueria está sujeto a controversias; la teoría más aceptada que se le da también al llamado mercado de Sant Josep, puede que venga de las mesas de venta de carne de cabra o de boc (macho cabrío en catalán) que se despachaba en este lugar.
Actualmente la Boqueria es el mercado estrella de Barcelona. Su emplazamiento, su estructura, la columnata de estilo jónico que le rodea y el ambiente que se respira, hace de este mercado uno de los más emblemáticos no sólo de Barcelona sino del Pais.
12AM. La Boqueria está en ebullición. Colores, olores y sonidos se entremezclan en un mar de sensaciones. Se pueden observar todo tipo de personajes, desde turistas hasta chiquillos que acompañan a sus abuelos a hacer una buena compra.
En uno de los primeros puestos de la puerta principal podemos ver un llamativo cartel puesto estratégicamente que llama a adentrarse a todo aquél que quizás desconoce los encantos del mercado. La entrada majestuosa se convierte en un amplio pasillo rodeado de verduras y frutas que se han ido adaptando al gusto del transeunte. Este pasillo es la principal arteria del mercado, a lo largo de ésta se van cruzando callejuelas más estrechas al estilo medieval.
Una fuerte luz cenital ilumina la entrada y se desvanece a lo largo del pasillo donde las lámparas de acero, perfectamente alineadas, cumplen con su labor de alumbrar la oscuridad del entorno. La estructura férrea del techo se mantiene con el paso del tiempo.
Pero no sólo son turistas los que entran en el mercado. En sus callejuelas estrechas, casi intransitables por la cantidad de carros que se cruzan, se hayan las personas que quieren comer un buen plato en los pequeños restaurantes que hay en el centro y los compradores fieles: los que compran cada día, aquéllos que lo hacen una vez por semana, y los que van puntualmente. Se observan toda clase de personas, de diferentes edades, culturas, religiones, países, etc.
Entre el murmullo se distinguen frases ancestrales como «¿Querrá lo de siempre señora Pepita?» «¿A cómo va el quilo?» «Perdone, pero iba yo antes».
La tecnología se hace esperar y lo más moderno que se observa son balanzas metálicas y cuchillos de hoja afilada. Manos expertas desempeñan su trabajo a un ritmo frenético. Cada alimento tiene su utensilio. Como por ejemplo el coco que a base de martillazos se aprovechará, no su liquido, pero si su fruta. Manos con y sin guantes, viejas y jóvenes, muñecas con y sin reloj, pieles de diferentes tonalidades… Detrás de cada labor hay un experto, la mayoría de ellos activos desde buenas horas de la mañana.
Entre puesto y puesto los colores y olores de los alimentos no pasan desapercibidos. Podemos encontrar todo tipo de comida. Lo más abundante son las frutas, verduras pescados y carnes. Pero también podemos encontrar chucherías, entre las cuales no sólo compran chiquillos, sino gente de todas las edades, setas, frutos, secos, insectos, huevos, etc. Adaptándose a las nuevas tendencias del consumidor de hoy en día, podemos encontrar macedonia envasada en tapers de plástico.
A los alrededores de la Boqueria también hay vida. Restaurantes y otros puestos colindan el mercado entre las columnas jónicas. Uno de los típicos restaurantes del lugar es el Bar Pinocho. Debajo de las arcadas, resguardadas del sol, unas rumanas se toman un tentempié para seguir pidiendo.
12 PM. Llega la calma. Mientras por la Ramblas deambula un mar de gente, el silencio y la soledad ampara el mercado de la Boqueria. Sus pasillos solitarios llaman a almas nocturnas a buscar cobijo. Almas que esperan. Esperan el día en que todo sea mejor.
Un cocinero sale a descansar por una puerta trasera. Enciende su cigarro y le inunda la tranquilidad. Unos minutos de reposo son suficientes para coger energías y volver al duro trabajo que le supone el restaurante. Me comenta que vaya con cuidado, que no son lugares para ir sola con la cámara. Se oyen voces de fondo, risas, motos, una conversación entre fulanas sobresale entre el murmullo. «Si bonita, si que tengo un pitillo.» le dice la una a la otra. Les pregunto si les puedo hacer una foto, pero su respuesta es evidente: «chiquilla, ¡aquí cobramos por todo!» Les sonrío y les doy las gracias. Estos personajes desempeñan una profesión ancestral que no distingue países.
Me alejo por un pasillo un poco más transitado para llegar a la parte trasera de la Boqueria. De vez en cuando un grupo de gente joven cruza esta calle de paso sin darle ninguna importancia a esos puestos, que desprovistos de su color pasan desapercibidos.
Un graffiti en la pared del fondo nos acerca a nuestros tiempos y refleja de qué manera el arte callejero puede decorar una ciudad. Estos trazos de arte moderno también se asoman más discretamente en las dos columnas que tenemos en primer plano, en donde un pequeño corazón nos insinua un amor pasajero.
Una papelera recientemente vaciada parece balancearse al compás del silencio. Su presencia es inútil, el incivismo nocturno se ha apoderado de la ciudad y restos de vasos de plástico y otros escombros, avergonzados, se quieren esconder detrás de la sombra que proyecta la pared.
En el cielo, unos rayos de luz procedentes del palacio de Montjuïc, que en su momento se utilizaron como focos de defensa antiaéra durante la guerra, se observan a lo lejos y dan un aire de grandiosidad al mercado, que a estas alturas de la noche, se ha visto reducido a estructuras de hierro y metal esperando el amanecer.
Llegada a la parte trasera de la Boqueria me doy cuenta que ésta no está totalemte en calma. Sus calles silenciosas y oscuras esconden a los que se encargan de recoger la basura. Es el momento de tirar los despojos.
Enfrente de esta visión se confunde lo nuevo con lo viejo. Un parking separa unas paredes decrépitas de un restaurante de moda. Por un lado unos lavabos públicos entre escombros esperan ser utilizados y un montón de ropa en el suelo, en otro tiempo útil para unos, pasa a ser un mercadillo para otros; mientras, en el otro extremo se habla de política, de las vacaciones, de la familia, del trabajo, etc.
Y así siguen pasando los días. ¡Cuántos secretos nos podría contar este mercado! ¡Cuántas cosas ha vivido! Y el paso del tiempo se va reflejando en su estructura, sus puestos, sus callejuelas, sus farolillos,… pero él sigue ahí, con la fuerza del primer día, con miles de historias que contar que se van quedando en el olvido.
Para ver más fotos aquí.
Dirección: La Rambla 91, 080021 Barcelona
Abierto cada día de 6h a 21h. Cerrado los domingos.
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